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domingo, 30 de septiembre de 2012

Prefacio: Sabor a carmín



Cerré la puerta y caí de rodillas al suelo. Me tapé la cara con ambas manos y me sumergí de nuevo en mi llanto. Afuera seguía lloviendo. Un primer trueno retumbó en el cielo con un eco azulado. Me gustaban los días de tormenta porque cuando lloraba a gritos limpios, como una niña pequeña, los truenos ensordecían mis alaridos y me acompañaban en mi desdicha.
Estaba tan absorta en mi desconsuelo que no me di cuenta de que no había cerrado bien la puerta, ni escuché cómo él la abría a mi espalda, ni como me miraba desde allí, de pie, ni sus pasos sobre la madera mientras se acercaba a mí…
—Eleonor —dijo con voz queda.
Volví la cabeza. Su rostro permanecía sereno, calmado. Su mirada suave, intensa. Mi cara estaba cubierta de lágrimas. Me quedé petrificada. Era como si el tiempo se hubiese detenido. Odiaba que me viesen llorar y él, precisamente él, me había descubierto rota de dolor.
De pronto, él se agachó frente a mí, me miró a los ojos y me abrazó. Cuando me vi rodeada de sus brazos, notando su corazón latir velozmente, no pude evitar aferrarme a él y comenzar a llorar de nuevo más desconsoladamente que nunca, con más pena, con más sentimiento.
No me dijo nada porque no hacía falta. El lenguaje de la tristeza son las lágrimas, no las palabras, y él conocía tan bien como yo ese lenguaje. Se limitó a acompañarme en mi soledad, a abrazarme fuerte, a secar mis lágrimas con su camiseta…
No podría decir a ciencia cierta cuánto tiempo había pasado cuando desperté. Estaba echada en la cama. El reloj de mi mesita de noche daba las siete de la mañana. Él ya no estaba allí. Lo busqué por toda la casa pero no lo encontré: se había marchado. Lo último que recordaba era haber cerrado los ojos, con la cabeza recostada en su pecho, y despertarme sola en la cama.
Descorrí las cortinas de la ventana de mi habitación. Pequeños charcos de agua se descansaban sobre el asfalto de la calle y unos pájaros aprovechaban para beber de ellos. Eso era lo único que quedaba de la lluvia del día anterior. En el cielo el Sol relucía, intenso.
Me dirigí al cuarto de baño. Me desvestí y observe mi reflejo en el espejo. Mi cuerpo desnudo parecía más vulnerable que nunca. Intuía que algo en mi interior había cambiado, aunque mi exterior fuese el mismo. Suspiré y me metí en la bañera. Me di un largo baño intentando no pensar en nada.
Cuando salí del cuarto de baño, entré en mi dormitorio, me vestí con el uniforme del instituto y fui a clase. Él no apareció por clase en toda la mañana.

http://www.youtube.com/watch?v=iiqeEM7JPRo

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